06 Nov
06Nov

Miguel Ángel Valero

El Tribunal Supremo de EEUU avanza en su proceso, iniciado en mayo, para determinar la legalidad de los aranceles impuestos unilateralmente por el presidente Donald Trump, invocando poderes de emergencia a través de la IEEPA (Ley de Poderes Económicos en Emergencias Internacionales, promulgada en 1977). En esta ocasión, John Sauer, procurador general y abogado de confianza de Donald Trump, respondió a las preguntas del tribunal, que continúa deliberando.

Actualmente, la composición del Tribunal Supremo cuenta con seis jueces de orientación conservadora y tres de tendencia liberal, lo que convertía a esta vista judicial en un momento clave para evaluar la postura individual de cada magistrado. La sorpresa llegó cuando dos de los jueces conservadores mostraron dudas a través de sus intervenciones, planteando cuestiones como si no se estaba atribuyendo demasiado poder al presidente o indicando que si la situación del déficit es una emergencia por qué no se han usado otras herramientas como el embargo –algo con el que otros miembros del ala conservadora no concuerdan, pues lo ven como un poder mucho más agresivo que imponer aranceles–. 

Otro aspecto relevante que se abordó fue si los aranceles pueden considerarse instrumentos para aumentar la recaudación fiscal. En tal caso, se trataría de impuestos que, según la Constitución, solo pueden ser autorizados por el Congreso. 

La Administración Trump sostiene que las medidas no tienen fines recaudatorios, sino que buscan proteger la economía estadounidense. Según Sauer, los ingresos generados son un efecto secundario.

Aunque aún no hay una fecha definitiva, se espera que el Tribunal Supremo emita su resolución antes de que finalice el año, sin esperar —como es habitual— al cierre del calendario judicial en junio. 

La incertidumbre jurídica en torno a los aranceles va en aumento, y el tono vacilante de dos jueces conservadores incrementa la posibilidad de que el Tribunal Supremo invalide la actual arquitectura arancelaria de Trump. De hecho, las casas de apuestas apenas otorgan un 25 % de probabilidades a que la Corte respalde los aranceles.

Pero la Administración Trump dispone de otras vías para seguir imponiendo aranceles, aunque la mayoría implican una implementación más lenta. Además, si se declara la ilegalidad de los aranceles, los más de 80.000 millones$ recaudados tendrían que ser devueltos, lo que supondría una compleja operación logística, según el secretario del Tesoro, Scott Bessent. Paradójicamente, esta devolución podría actuar como un estímulo fiscal temporal –0,3% del PIB–, que se sumaría a los impulsos derivados de la reforma tributaria aprobada en verano, aunque a costa de un incremento en el déficit fiscal. 

The Trader: la pelea entre China y EEUU no ha terminado

Donald Trump y Xi Jinping se reunieron en Busan (Corea del Sur) por primera vez en seis años y alcanzaron una tregua comercial de un año que alivia, al menos temporalmente, las tensiones entre las dos mayores economías del mundo.

El acuerdo incluye varios compromisos concretos. Estados Unidos reducirá del 20% al 10% los aranceles aplicados a ciertos productos chinos relacionados con el fentanilo, una sustancia clave en el tráfico de opioides, mientras que China retomará las compras de soja y otros productos agrícolas estadounidenses, algo que Trump presentó como una “gran victoria” para los agricultores de su país. Además, Pekín suspenderá durante un año las restricciones a la exportación de tierras raras —materiales esenciales para la industria tecnológica y de defensa—, mientras Washington se compromete a no ampliar las sanciones a las filiales de empresas chinas ya incluidas en listas negras. También se pausarán los nuevos aranceles recíprocos en el comercio marítimo y las investigaciones estadounidenses sobre el dominio chino en la construcción naval.

Ambas partes se comprometieron a buscar una solución para el futuro de TikTok en Estados Unidos, un asunto que lleva años tensando las relaciones. Y dentro del paripé habitual de este tipo de encuentros, más compromisos sin detalles concretos que cada uno vende a sus seguidores como triunfos: Trump asegura que China está dispuesta a aumentar las inversiones en EEUU y a comprar energía estadounidense, incluido petróleo y gas procedente de Alaska; mientras Xi Jinping demuestra que Washington no puede obligarle a dejar de comprar petróleo a Rusia, como sí ha hecho con India.

Para rubricar la puesta en escena final, Trump anunció su intención de visitar China en abril, mientras que Xi fue invitado oficialmente a Washington: un gran titular para ambos.

La mayoría de los analistas interpretan este encuentro como una mera tregua, no como un pacto estable que resuelva las diferencias estructurales. Varios expertos la describen como una diplomacia de corto plazo para ganar tiempo y reducir la dependencia mutua. Para EEUU, la prioridad es asegurarse el acceso a las tierras raras y evitar el monopolio chino en un recurso vital para la tecnología. Para China, el objetivo es desarrollar su propia capacidad tecnológica para no depender de las grandes multinacionales estadounidenses como Nvidia.

Por eso nadie espera una paz duradera. Detrás de los gestos diplomáticos persiste la realidad: una lucha por la hegemonía mundial, en la que la rivalidad estratégica se extiende al terreno tecnológico y militar, mientras en el plano político la batalla se centra en reforzar la influencia global. Busan ha supuesto un respiro, como la campana que marca el final de un asalto de boxeo. "Pero que nadie piense ni por un minuto que la pelea ha terminado. La relación entre ambos países sigue basada en la competencia y la desconfianza, solo que temporalmente administrada. Una tregua más en una rivalidad entre potencias que, por ahora, no tiene fecha de caducidad", advierte el analista Pablo Gil en The Trader.

Evli: la guerra comercial volverá pero no descarrilará la economía

Para Valtteri Ahti, Chief Investment Strategist and Head of Investment Research de la gestora nórdica Evli, las perspectivas de la economía a nivel global siguen siendo positivas, pese a la guerra comercial que ya terminó y que ha producido daños limitados, al no llegar a las cadenas de suministro. Sin embargo, el riesgo geopolítico podría empeorar este escenario, reavivando las tensiones comerciales. Y en EEUU, una posible corrección bursátil de las grandes tecnológicas que están impulsando el mercado bursátil, sería otro elemento perjudicial para las expectativas de crecimiento.

La economía global ha seguido expandiéndose a un ritmo saludable y probablemente mantenga este impulso el próximo año. La guerra comercial infligió daños limitados, ya que la mayoría de los países evitaron represalias y terminó antes de que las cadenas de suministro globales se vieran afectadas de forma significativa.

La política fiscal y monetaria de EEUU e ha vuelto acomodaticia, con recortes de impuestos y reducciones de los tipos de interés que apoyan el crecimiento. Los principales riesgos para una perspectiva positiva incluyen una mala valoración del daño causado por la guerra comercial, la posibilidad de que resurjan tensiones comerciales y una corrección tecnológica en el mercado bursátil.

La economía global parece estar lista para crecer a un ritmo robusto este año y el próximo. El Fondo Monetario Internacional (FMI) proyecta un crecimiento global del 3,2 % en 2025 y del 3,1 % en 2026, cerca de su tendencia a largo plazo. Por regiones, el FMI espera un crecimiento del 2 % en EE. UU., del 1,2 % en Europa y de casi el 5 % en China. Por tanto, la economía global ha soportado el impacto arancelario del presidente de EE. UU. Donald Trump con daños limitados, aunque algunos de los efectos simplemente se han retrasado, ya que muchas empresas aún no han trasladado la mayoría de los aranceles a los consumidores.

A medida que el ciclo evoluciona, los riesgos antiguos se mezclan con los nuevos. La relación EEUU–China sigue siendo vulnerable a una nueva confrontación, mientras que la inmensa riqueza creada por las acciones relacionadas con la IA significa que cualquier decepción podría desencadenar un shock de riqueza. Aun así, hay buenas razones para pensar que una nueva guerra comercial es poco probable y, aunque el comercio de IA muestra síntomas de burbuja, las valoraciones siguen estando muy por debajo de los extremos vistos durante la era puntocom.

Las razones por las que la guerra comercial causó daños limitados son dos. El primer temor era que, tras los aranceles de EEUU, otros países respondieran, provocando otra reacción estadounidense y creando una espiral de proteccionismo. Esa espiral nunca ocurrió. EEUU impuso aranceles, pero salvo China, la mayoría de los países optaron por no responder.

En términos de teoría de juegos, una guerra comercial es un proceso dinámico en el que los jugadores reaccionan a las creencias de los demás. Lo que ocurrió fue un evento único: EE. UU. impuso un impuesto al resto del mundo, que en última instancia recayó principalmente sobre el consumidor estadounidense. El crecimiento global solo sufrió de forma modesta gracias a la contención mostrada por los socios comerciales de EE. UU.

¿Por qué esa contención? Muchos gobiernos asumieron que los aranceles serían temporales, ya que Trump no puede presentarse a la reelección. Joe Biden eliminó los aranceles del primer mandato de Trump y muchos esperaban una repetición. Europa, por su parte, temía perder el apoyo de EEUU a Ucrania, mientras que las economías de Asia Oriental temían una postura estadounidense más débil hacia China.

La administración Trump combinó de forma efectiva la política de seguridad y la comercial en una sola postura negociadora para extraer concesiones de sus aliados, un enfoque sin precedentes. Desde una perspectiva más amplia, la respuesta europea, japonesa y surcoreana fue tanto responsable como prudente.

La segunda razón por la que la guerra comercial causó poco daño económico fue su brevedad. EEUU entró en la confrontación creyendo tener la ventaja gracias a su dominio en la cadena de semiconductores e IA, desde el equipamiento para fabricar chips hasta el software de diseño y los propios chips.

Aunque eso era cierto, el control de China sobre los metales raros —extrae el 70 % y procesa el 90 % del suministro mundial— le dio una poderosa contrapalanca. Cuando China detuvo las exportaciones de imanes de tierras raras, Ford incluso anunció el cierre temporal de su fábrica de Chicago. Otros fabricantes probablemente habrían seguido, ya que los imanes de tierras raras, aunque son componentes pequeños, son insumos esenciales.

La corta duración de la guerra comercial hizo que los aranceles permanecieran en vigor demasiado poco tiempo como para causar daños duraderos en las cadenas de suministro. Los inventarios resultaron suficientes para superar las interrupciones temporales.

El riesgo geopolítico sigue siendo una amenaza clave para la perspectiva global. La administración Trump ha atacado instituciones estadounidenses como la Reserva Federal y la política migratoria, así como instituciones globales como el libre comercio. Los bancos centrales independientes, la inmigración laboral y el comercio abierto han sido positivos para el crecimiento de EEUU y global, por lo que socavarlos sería negativo. Sin embargo, es poco probable que esto desencadene una recesión abrupta. La erosión de la credibilidad institucional tiende a producir una decadencia lenta más que shocks repentinos.

Una nueva guerra comercial EEUU–China, sin embargo, sería recesiva. Por suerte, la primera confrontación reveló lo interdependientes que son ambas economías. Ambas partes tienen tal poder de negociación que un conflicto a gran escala infligiría daños masivos a cada una, lo que equivaldría a un caso de recesión mutuamente asegurada (MAR), análogo a la “destrucción mutuamente asegurada” (MAD) nuclear de la Guerra Fría. EEUU y China seguirán reforzando sus puntos débiles y dificultando al otro donde sea posible, pero probablemente dentro de límites controlados. EEUU ampliará la minería de tierras raras; China construirá capacidad de semiconductores. Ambos procesos llevarán tiempo.

Gran parte del daño arancelario aún no se ha materializado porque las empresas estadounidenses han absorbido la mayor parte de los costes. Con el tiempo, los trasladarán, pero probablemente de forma escalonada para evitar reacciones políticas. Los consumidores afrontarán precios algo más altos, pero dado que la mayor parte del gasto es en servicios y no en bienes —y los aranceles solo se aplican a una parte de las importaciones— el impacto en el coste de la vida debería ser modesto.

La incertidumbre arancelaria ha lastrado la contratación. El mercado laboral se ha estancado en lugar de colapsar: el desempleo sigue siendo bajo, ayudado por la reducción de la inmigración, aunque a costa de un crecimiento más débil.

Tanto la política monetaria como la fiscal son ahora de apoyo. La Reserva Federal ha comenzado a recortar tipos y probablemente continúe haciéndolo dada la debilidad del mercado laboral. La mayoría de los responsables de la Fed ven los aranceles como un shock puntual en el nivel de precios más que como una fuente de inflación persistente, lo que permite recortes de tipos incluso mientras suben los precios. La política fiscal también es expansiva, con la administración Trump impulsando recortes de impuestos a pesar de un gran déficit.

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