22 Nov
22Nov

Miguel Ángel Valero

En marzo de 1993, México afrontaba un problema, y no era –al menos no todavía—el que la mayoría asocia hoy con la crisis del Tequila de 1994. En términos básicos, los inversores internacionales mostraban un apetito muy superior al que justificaban los primeros indicios de recuperación en la economía real. Un alto cargo del Gobierno mexicano admitía estar desconcertado por la rapidez con la que había mejorado el sentimiento inversor desde 1990, cuando México prácticamente no podía financiarse en los mercados internacionales de capitales: “Nunca fuimos tan malos, pero tampoco somos tan buenos”. 

Avanzando hasta la actualidad, parece uno de esos episodios en los que la historia, sin repetirse, rima con bastante claridad. En diciembre de 1994, los inversores perdieron la paciencia de forma abrupta. En los meses previos a las elecciones presidenciales de EEUU de 2024, que llevaron a Donald Trump de nuevo a la Casa Blanca, algunos players del mercado temían que el resultado pudiera desencadenar dinámicas similares. 

Sin embargo, una vez se conoció el desenlace, el peso se apreció y los bonos mexicanos en moneda local pasaron a situarse entre los activos de renta fija con mejor comportamiento a nivel global en lo que va de año. Al menos por ahora, en 2025, la economía mexicana muestra resiliencia, pese al aumento de los vientos en contra a escala internacional.

Banxico, el banco central de México, se ha ganado desde hace tiempo su reputación como un actor contundente en la lucha contra la inflación. Cuando los precios repuntaron tras la pandemia, reaccionó con rapidez. Tal y como refleja el gráfico aportado por DWS, esta trayectoria ha permitido a Banxico iniciar antes que otros el ciclo de relajación monetaria. 

La resiliencia de México no es fruto del azar, sino en gran medida consecuencia de las duras lecciones aprendidas durante la crisis de los años ochenta y noventa. El país ha reducido de forma significativa su dependencia de la deuda denominada en dólares y se financia cada vez más en moneda local. Su tipo de cambio flexible, combinado con un banco central firmemente independiente, actúa como amortiguador cuando los inversores se ponen nerviosos. Como resultado, la economía mexicana podría ser menos vulnerable a shocks externos.  

Ahora bien, persisten ciertos riesgos. La inflación continúa mostrando rigidez, la consolidación fiscal sigue siendo un trabajo en curso y ese es solo uno de varios frentes de reforma interna aún pendientes. La posibilidad de contagio financiero y la revisión del USMCA (el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá) en 2026 también podrían generar episodios de volatilidad. La profunda integración de México en las cadenas de comercio norteamericanas se ha convertido en un arma de doble filo, en función de cómo evolucionen las dinámicas de política económica en Estados Unidos.   Sin embargo, esa lógica tiene dos caras, al menos en lo relativo al mercado de divisas y, por extensión, a los mercados financieros. 

“La resiliencia del peso este año no ha sido fortuita, en mi opinión, responde a décadas de reformas y a la transición hacia la financiación en moneda local, un cambio que, para los inversores en emergentes, ha redefinido el marco de referencia”, afirma Xueming Song, estratega de divisas en DWS. “Pero también se ha visto favorecido por las persistentes dudas sobre el dólar estadounidense, así como por las amenazas que se ciernen sobre la independencia de la Reserva Federal”. 

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