18 Oct
18Oct

Miguel Ángel Valero

La demanda de capacidad computacional para el desarrollo de la inteligencia artificial sigue mostrando fortaleza. En el ámbito de los semiconductores, ASML —fabricante de equipos de litografía esenciales para la producción de chips— y TSMC —el mayor contratista de fabricación de semiconductores del mundo y principal proveedor de Nvidia— han publicado resultados que reflejan una demanda sostenida, con previsiones de crecimiento en los próximos meses, tanto en ventas como en capex. TSMC, por ejemplo, anticipa un incremento del 30 % en sus ventas para el próximo año. Una clara señal de confianza en el sector de la IA.

La empresa industrial suiza ABB destaca un crecimiento significativo en el área de infraestructura eléctrica destinada a centros de datos, con un aumento del 15% interanual en ese segmento durante el último trimestre. Este impulso se ve reforzado por su reciente acuerdo con OpenAI para desarrollar centros de datos de última generación, en los que ABB aportará su experiencia en sistemas eléctricos y transformadores. 

Ambos hechos demuestran que la inversión en centros de datos para el desarrollo de la inteligencia artificial se muestra saludable.

Líneas rojas para la IA

En este contexto, más de 200 ex çjefes de Estado, premios Nobel, investigadores y líderes tecnológicos, junto con 70 organizaciones de IA, han lanzado en la Asamblea de Naciones Unidas celebrada en Nueva York, la iniciativa “The Global Call for AI Red Lines”. Su objetivo es alcanzar antes de 2026 un acuerdo internacional que establezca límites claros y verificables que la IA nunca debería cruzar, advirtiendo que la trayectoria actual de esta tecnología supone “peligros sin precedentes”.

Entre los firmantes destacan Geoffrey Hinton y Yoshua Bengio (considerados los “padrinos de la IA” y ganadores del Premio Turing), Wojciech Zaremba (cofundador de OpenAI) e Ian Goodfellow (Google). Las primeras propuestas incluyen prohibir que la IA suplante a humanos, impedir su replicación autónoma y vetar su uso en conflictos nucleares.

El trasfondo es claro: aunque muchas compañías han reclamado normas de seguridad comunes, la realidad muestra que la mayoría prioriza la rentabilidad y la carrera tecnológica por encima de la prudencia. Por ello, los impulsores defienden la creación de una institución global independiente con poder real de supervisión y sanción, que garantice el cumplimiento de estas “líneas rojas”.

El profesor Stuart Russell (UC Berkeley) lo resume con una analogía contundente: “Las empresas pueden cumplir no construyendo AGI hasta que sepan cómo hacerla segura, igual que no se levantaron plantas nucleares hasta que hubo una idea clara de cómo evitar explosiones.”

Primer virus capaz de infectar bacterias creado por IA

Pero la frontera entre la ciencia ficción y la realidad cada vez se difumina más. Un grupo de investigadores de la Universidad de Stanford y el Arc Institute, dirigido por Brian Hie, ha logrado que una inteligencia artificial cree el primer virus biológico diseñado por una máquina. No se trata de un virus informático, sino de un bacteriófago real, un organismo capaz de infectar bacterias. Y lo más sorprendente: no existía en la naturaleza.

El modelo, bautizado como Evo 2, funciona como un ChatGPT que habla ADN. En lugar de escribir frases, genera cadenas genéticas completas, diseñando organismos a la carta. Su primera creación fue un virus capaz de eliminar eficazmente la bacteria E. coli, pero su logro más trascendente es que por primera vez una IA ha dado forma a una nueva forma de vida. Hasta ahora, la biotecnología se limitaba a copiar y editar los genes que la naturaleza ya había escrito. Con Evo 2, ese límite se ha roto. Como explica el investigador español Marc Güell, “igual que ChatGPT puede crear poesía con palabras, ahora tenemos una IA que puede escribir poesía con ADN”. Y eso abre un horizonte tan esperanzador como inquietante.

Las aplicaciones positivas son espectaculares: organismos que devoran plásticos, absorben CO₂, combaten el cáncer o producen energía limpia. La IA incluso puede explorar alfabetos genéticos distintos de los cuatro tradicionales (A, T, G y C), lo que podría llevarnos a un “segundo árbol de la vida”, con organismos que jamás han existido en nuestro planeta. 

Pero toda revolución tiene su lado oscuro. Porque la misma tecnología que permite diseñar virus que curan, también podría crear virus que destruyen. La biología, a diferencia de la energía nuclear, no necesita materiales escasos ni reactores. Es descentralizada, accesible y potencialmente incontrolable. Y aunque los investigadores han excluido virus humanos del entrenamiento de la IA, el código es abierto, lo que significa que cualquiera podría usarlo para fines muy distintos a los científicos.

Cada salto tecnológico trae consigo una elección moral. La energía nuclear nos dio electricidad barata, pero también armas nucleares como las que se usaron en Hiroshima. Ahora, la inteligencia artificial nos asoma a la posibilidad de crear vida desde un teclado, una herramienta capaz de transformar el planeta o ponerlo en riesgo. 

"El dilema no está en la tecnología, sino en el uso que hagamos de ella. La historia siempre nos deja la misma advertencia: los grandes inventos pueden impulsar el progreso o acelerar nuestra destrucción. Todo depende, una vez más, de nosotros", advierte el analista Pablo Gil en The Trader.

Sin pensamiento crítico no hay progreso

Este experto hace, en su newsletter, una interesante reflexión: "¿Te has preguntado por qué, pese a tener acceso ilimitado a la información, somos cada vez menos críticos y más vulnerables a la desinformación?".

Vivimos rodeados de datos, pero la superficialidad y la polarización avanzan. Las redes sociales, lejos de ser espacios de debate, suelen alimentar nuestras convicciones y evitar el cuestionamiento. Hoy se presume la ignorancia y el pensamiento profundo parece quedar relegado.

Antes, el saber requería esfuerzo: consultar libros, contrastar fuentes, analizar. Ahora, la inmediatez manda y todo debe ser rápido y digerido. La llegada de la inteligencia artificial ha transformado nuestro acceso al conocimiento; es una herramienta poderosa, pero todo depende de cómo la usemos.

Quienes ven la IA como apoyo para ampliar su comprensión crecerán profesionalmente. Pero si la comodidad sustituye al análisis y a la formación, la tecnología puede convertirse en amenaza. No es el avance lo que define el impacto, sino la actitud y el criterio con que lo acogemos.En el mundo laboral y profesional actual, observamos cómo el esfuerzo intelectual pierde valor frente al ruido superficial. La cultura de los “likes” prevalece sobre la profundidad del pensamiento crítico. Se debilita la curiosidad y la disciplina de aprender, y eso nos aleja del liderazgo genuino.

"Sin pensamiento crítico, no hay progreso. Sin conocimiento, no hay libertad. La inteligencia artificial debe ser una aliada para potenciar nuestra mente, no para sustituirla. Ser capaz de analizar los datos, contrastar las fuentes y generar una opinión propia se está convirtiendo en un bien escaso, casi en una rareza. Y si permitimos que eso desaparezca, no solo perderemos el conocimiento, perderemos también la capacidad de decidir por nosotros mismos. Porque cuando pensar deja de ser un hábito, otros piensan por ti. Y ese, quizá, sea el precio más alto que una sociedad puede pagar por haber confundido ignorancia con libertad", advierte.

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