Miguel Ángel Valero
Durante décadas, las empresas abrazaron el modelo de Apple: diseñar en California y fabricar en cualquier rincón del planeta donde la mano de obra fuera barata. Subcontratar, deslocalizar, reducir costes. Esa fue la receta dominante en la era dorada de la globalización. Pero ese mundo está cambiando. Y rápido. La guerra comercial iniciada por EEUU, la pandemia, los conflictos bélicos y la fragmentación geopolítica han puesto fin a la ilusión de un sistema económico sin fricciones.
Lo que antes se consideraba ineficiencia —controlar demasiadas etapas de la cadena de producción— ahora se percibe como protección frente al caos. El péndulo vuelve a oscilar. De nuevo, se impone el modelo de Ford de los años 20: “de la mina al coche terminado, una sola organización”.
"Lo que parecía una reliquia del pasado industrial está resurgiendo con fuerza, impulsado por nuevas tecnologías, por el miedo a la disrupción externa y por la necesidad de garantizar estabilidad y suministro", opina el analista Pablo Gil en The Trader.
Tesla es el mejor ejemplo de esta transformación. Controla desde el software de sus coches hasta las minas de litio que necesita para producir baterías, pasando por su propia red de distribución. Microsoft no se queda atrás: ha bajado hasta la capa física de servidores y ha subido hasta el entretenimiento digital, creando un ecosistema completamente cerrado. Amazon construye sus propios centros de datos, sus flotas logísticas e incluso sus robots de reparto. Google diseña sus propios chips y controla buena parte de la infraestructura de internet.
"El sueño de la 'corporación virtual' se desvanece, sustituido por gigantes que integran cada eslabón de su negocio bajo un mismo techo", insiste este experto.
¿Por qué este giro? Porque la incertidumbre geopolítica ha roto el tablero de juego. Los aranceles vuelven a estar de moda. Las cadenas de suministro largas y dispersas han dejado de ser fiables. Y los gobiernos compiten ofreciendo subsidios, exenciones fiscales y contratos a quienes repatrien producción y controlen recursos clave.
Entre 2017 y 2023, Europa, EEUU y China han disparado su intervención económica. El modelo de libre mercado está siendo sustituido por un capitalismo dirigido desde los despachos ministeriales.
"Pero no es solo una cuestión de política o estrategia. También hay un factor psicológico que no debe subestimarse: las grandes tecnológicas se han vuelto paranoicas. Quieren controlarlo todo. No se fían ni del clima ni de sus proveedores. Tienen el dinero, el talento y la ambición para hacerlo. Y tienen otra cosa: miedo. Miedo a que una disrupción externa las deje fuera de juego. Por eso se blindan", argumenta Pablo Gil.
El resultado es una nueva era de 'superempresas' hiperintegradas y dependientes del poder estatal, capaces de moverse con la agilidad de startups pero con el músculo financiero de naciones enteras.
"La historia nos da pistas. A comienzos del siglo XX, la concentración empresarial derivó en un capitalismo más ordenado, sí, pero también más ineficiente, más opaco y dependiente del poder del Estado. Hoy estamos ante una reedición de aquel modelo, ahora alimentado por la inteligencia artificial, la automatización y una geopolítica mucho más fragmentada. Y lo más curioso es que los ciudadanos reciben con alegría el mensaje político que sustenta esta tendencia, porque la asocian con seguridad, empleo y nacionalismo económico", apunta.
La globalización no ha muerto, pero se ha transformado. Ya no es sinónimo de apertura, sino de control. De eficiencia basada en la escala, no en la dispersión. De alianzas entre gobiernos y empresas en lugar de competencia entre proveedores globales.
Como siempre que cambia el modelo, habrá ganadores… y muchos perdedores. Y, como ocurrió en el pasado, tarde o temprano, llegará el momento en que nos preguntemos si este nuevo orden también tiene fecha de caducidad.
"El mayor riesgo que percibo en este modelo es que la consolidación aumenta, las relaciones con los gobiernos se intensifican, y si ello lleva a una reducción de la competencia, acaba por estancar la innovación. Y no hay nada que paralice más a un sistema que cuando las empresas dejan de innovar para proteger lo que ya tienen. Ya lo vivimos con US Steel y American Tobacco hace más de un siglo. Cuando los gigantes corporativos dominaban el mercado, dejaron de competir en ideas y empezaron a sobrevivir por escala y poder político", concluye.