Miguel Ángel Valero
Ucrania ha encontrado un modo sorprendentemente eficaz de golpear la economía de guerra rusa sin disparar un solo misil. Sus drones han inutilizado 21 de las 38 refinerías del país y han reducido en un 38% su capacidad total de refinado. El resultado es devastador: largas colas en las gasolineras, racionamiento en varias regiones (con un límite de 30 litros por coche), prohibición de exportar gasolina e incluso compras de emergencia a China.
La consecuencia es que Rusia puede seguir extrayendo crudo, pero no puede transformarlo en combustible. Y en una economía dependiente del petróleo y el gas, eso equivale a asfixiar el corazón financiero del Kremlin. Algo que corrobora Putin con su decisión de subir impuestos a ciudadanos y empresas con el objetivo de financiar el coste creciente de la guerra.
Los llamados “drones sancionadores” de Kiev no atacan los pozos ni las reservas, sino el margen de beneficio. Cada refinería incendiada destruye el valor añadido que Rusia obtenía al transformar su crudo en gasolina, diésel o queroseno. El país se ve obligado a exportar más petróleo sin refinar, menos rentable, mientras pierde la capacidad técnica para reparar sus plantas: la tecnología es occidental y las sanciones impiden el acceso a repuestos. Al mismo tiempo, se multiplican los accidentes, los cuellos de botella y el deterioro operativo. Moscú raciona internamente el combustible y prohíbe las exportaciones para evitar un colapso social, pero la hemorragia económica continúa.
El impacto no se queda en Rusia. La reducción del refino altera todo el mercado mundial. China, por ejemplo, emerge como la gran beneficiada: compra crudo ruso con descuento, lo refina en sus propias plantas y se queda con los márgenes que antes capturaba Moscú. En India, la presión de Washington comienza a surtir efecto: el Gobierno ha amenazado con aranceles a las importaciones de petróleo ruso y algunos grandes operadores, como Adani, ya han suspendido compras. Y en EEUU, Trump ve una oportunidad: colocar el crudo americano en los mercados europeos y asiáticos como sustituto del ruso, reforzando su diplomacia energética.
Mientras tanto, Arabia Saudí mueve sus fichas. En un contexto de exceso de oferta y débil crecimiento global, Riad amenaza con inundar el mercado y llevar el barril de Brent hasta los 50$, como se puede ver en el gráfico. Puede permitírselo: su coste de extracción ronda los 8$por barril, frente a los 40$ y hasta los 50$ de Rusia.
Una caída de precios sería letal para Moscú y para buena parte del sector del “fracking” estadounidense, cuyos costes de producción siguen siendo elevados. Pero, por otro lado, serviría a los intereses de Trump: menos inflación y un mercado energético bajo control.
Detrás de la aparente calma, se libra una batalla silenciosa en la que cada país utiliza el petróleo para golpear al adversario sin declarar una guerra formal. El tablero energético global nunca había estado tan interconectado ni tan politizado. Ucrania ha desplazado el campo de batalla del frente militar al económico, atacando el margen de refino que financia la maquinaria de guerra rusa. Mientras tanto, China amplía su poder industrial, Arabia Saudí disciplina el mercado y Estados Unidos busca nuevas rutas para su crudo. Todos juegan la misma partida, pero con objetivos distintos.
El petróleo ya no es solo una materia prima, es un arma de guerra económica. Ucrania lo ha convertido en una herramienta de desgaste; Rusia lucha por sostener su sistema con respiración asistida; y el resto del mundo ajusta sus estrategias según hacia dónde se incline la balanza. "En este nuevo tablero, no gana quien bombea más, sino quien controla los márgenes, las rutas y los tiempos. Y Ucrania parece estar aprendiendo a mover sus piezas con precisión de ajedrecista", subraya el analista Pablo Gil en The Trader.