Miguel Ángel Valero
Los gobiernos están otorgando una prioridad creciente a la resiliencia por encima de la eficiencia, lo que provoca consecuencias de amplio alcance para los mercados y las propias compañías, avisa un análisis de DWS.
Se está produciendo un cambio estructural en la política industrial a nivel nacional, que se inició en EEUU y actualmente está en marcha en numerosas economías: la producción doméstica ha pasado a ser una prioridad estratégica. Las medidas asociadas incluyen subsidios, exigencias de producción local y la constitución de reservas estratégicas.
EEUU es el pionero: la administración de Donald Trump introdujo una batería de aranceles, las denominadas cláusulas “Buy American” y programas de subvenciones multimillonarias para semiconductores y baterías. Aunque el “ego nacional” puede interpretarse como el principal vector de este giro, también responde a un intento de respaldar a los colectivos que se han visto perjudicados por la globalización. La seguridad nacional, la estabilidad en las cadenas de suministro y el control sobre tecnologías críticas constituyen factores adicionales. En un escenario global marcado por incertidumbres geopolíticas, la dependencia excesiva del exterior se considera ahora un problema.
Algunos analistas interpretan esta evolución como una lamentable desvinculación del proceso de globalización, con posibles consecuencias como un aumento de precios y una reducción de la competencia. No obstante, esta lectura podría resultar cortoplacista. En última instancia, la cuestión de fondo es si los países desean priorizar la estabilidad interna o, por el contrario, maximizar la eficiencia mediante una política industrial plenamente globalizada.
Durante mucho tiempo, el principio rector ha sido que todos se benefician cuando cada país se especializa en producir aquello en lo que es más eficiente. Este enfoque, conocido como modelo ricardiano, fundamenta la principal venta del comercio internacional. Sin embargo, ese modelo opera únicamente bajo determinadas condiciones, entre ellas que haya cadenas de suministro estables y ausencia de disrupciones geopolíticas, que ya no parecen estar presentes en el entorno actual.
La pandemia, los conflictos geopolíticos y los episodios intermitentes de escasez en suministros de energía, semiconductores y productos farmacéuticos han puesto de manifiesto la vulnerabilidad de las cadenas de suministro globales. En consecuencia, numerosos gobiernos han vuelto a intensificar su intervención en los mercados internacionales, mediante la concesión de subsidios específicos y el desarrollo de capacidades productivas locales. Esta tendencia está ganando tracción, también en Europa y Asia.
Mediante el desarrollo de sus propias estructuras, los países buscan protegerse frente a posibles perturbaciones del comercio internacional. Esta estrategia conlleva costes iniciales, por ejemplo, los derivados de mayores costes de producción o de duplicar capacidades. No obstante, en situaciones de emergencia estas infraestructuras pueden ofrecer un resguardo frente a daños significativos, cuya probabilidad suele infravalorarse hasta que se materializa. Johannes Müller, Global Head of Research en DWS Group, lo resume así: “Los mercados han subestimado durante mucho tiempo hasta qué punto los riesgos geopolíticos y los cuellos de botella estratégicos pueden alterar el paisaje económico. Estamos asistiendo a una reevaluación de la importancia de la estabilidad como factor de localización”.
Por supuesto, la nueva política industrial conlleva sus propios riesgos. Si se aplica de forma excesiva o unilateral, puede frenar la competencia y ralentizar la innovación. La clave reside, por lo tanto, en alcanzar un equilibrio adecuado: medidas focalizadas, de duración limitada y, en el mejor de los casos, coordinadas internacionalmente.
La cuestión central no es si debemos aceptar o no la globalización. Más bien, se trata de determinar cuánta resiliencia necesitamos y cuánta eficiencia estamos dispuestos a sacrificar para lograrla. Una desglobalización moderada puede aportar ventajas, como una mayor producción regional, rutas de suministro más cortas y estándares medioambientales más elevados. Puede contribuir a reforzar la aceptación de los mercados abiertos al mitigar los temores asociados a la dependencia externa.
Sin duda existe margen de maniobra entre el ideal de mercados libres globales y los retos reales que estos plantean. Aquellos que utilicen esta flexibilidad de manera inteligente podrían situarse en una posición más sólida en el futuro.
Aranceles: avances con Suiza y con India
Por otra parte, Suiza impulsa las negociaciones comerciales con EEUU para reducir los aranceles del 39% al 15%. El país helvético soporta los gravámenes desde agosto y, ante la paralización de las conversaciones, los principales empresarios suizos tomaron la iniciativa. Ejecutivos de firmas como Rolex, Richemont (propietaria de Cartier) y la naviera MSC, entre otros, se reunieron la semana pasada con Trump en la Casa Blanca. Suiza, que ya ha eliminado todos los aranceles industriales, tiene en EEUU su principal mercado de exportación para productos como relojes, chocolate y maquinaria. El presidente estadounidense declaró este lunes que aún no ha decidido la tasa definitiva, aunque confirmó que Washington está “trabajando en un acuerdo para reducir un poco los aranceles”.También avanzan las conversaciones con India, después de que Trump declarase que están “muy próximos a alcanzar un acuerdo beneficioso para todos”, aunque no se ha especificado ninguna tasa alternativa al 50% que soportan las exportaciones indias.