Miguel Ángel Valero
La última temporada de resultados de las grandes tecnológicas ha vuelto a girar en torno a la inteligencia artificial (IA). Pero, a diferencia de trimestres anteriores, el mercado ha empezado a distinguir entre promesas y resultados. La narrativa del 'todo vale' para la IA comienza a perder fuerza, y los inversores ahora exigen algo más que planes ambiciosos: quieren ver beneficios tangibles.
Las grandes compañías del sector (Amazon, Alphabet, Microsoft, Meta, Apple y Tesla) superaron las expectativas, con un crecimiento de beneficios cercano al 27%, muy por encima del 15% previsto antes del inicio de la temporada. Pero el comportamiento en Bolsa mostró un cambio importante: la recompensa ya no es automática. Las empresas que lograron demostrar que sus inversiones en IA generan ingresos reales fueron premiadas, mientras que aquellas cuyos proyectos aún no se traducen en resultados fueron castigadas con dureza.
Amazon fue la gran ganadora de la semana. Su división de servicios en la nube, AWS, volvió a acelerar el crecimiento y sus acciones subieron casi un 10%, pese al fuerte aumento de la inversión en infraestructura. Alphabet también convenció al mercado al anunciar que los ingresos derivados de sus productos basados en IA generativa se triplicaron respecto al año anterior, y que las ventas de Google Cloud crecieron un 34%, superando las previsiones. En ambos casos, el mensaje fue claro: el gasto en inteligencia artificial empieza a dar frutos.
En cambio, Meta se llevó el golpe más severo con sus acciones, registrando la mayor caída diaria de los últimos tres años después de que los inversores reaccionaran con escepticismo ante sus planes de gasto. Aunque la compañía destacó las mejoras en sus sistemas de anuncios y la eficiencia impulsada por la IA, la falta de ingresos visibles relacionados con esas inversiones encendió las alarmas. Microsoft tampoco escapó al escrutinio: su crecimiento en la nube no impresionó al mercado, y las acciones retrocedieron más de un 4% en dos días.
Los analistas coinciden en que se ha producido un punto de inflexión: el mercado empieza a aplicar una “disciplina de retorno” a la euforia inversora. Ya no basta con anunciar más gasto en inteligencia artificial; los inversores quieren saber cuánto se gana con cada dólar invertido. Es la primera vez desde que comenzó el auge de la IA que el incremento del gasto en capital no garantiza una respuesta positiva en Bolsa.
Aun así, la revolución tecnológica no se detiene. Los compromisos de inversión por parte de los grandes actores siguen actuando como motor del mercado y arrastran a todo el ecosistema asociado. Nvidia volvió a ser la gran beneficiada, con una subida cercana al 9% y una valoración que superó por primera vez los cinco billones de dólares, un hito histórico. También se vieron impulsadas otras empresas vinculadas a la cadena de suministro de la IA, como fabricantes de chips, proveedores de almacenamiento o constructoras de centros de datos. Incluso compañías industriales como Caterpillar, favorecidas por el auge de la infraestructura tecnológica, registraron alzas notables.
En conjunto, la inteligencia artificial sigue siendo el epicentro del crecimiento corporativo estadounidense. Los índices Nasdaq 100 y S&P 500 se mantienen cerca de máximos históricos, apoyados por el empuje de este sector que sigue concentrando la mayor parte de las ganancias del mercado. Sin embargo, el gran examen aún no ha llegado. Nvidia, el termómetro indiscutible del ciclo de la inteligencia artificial, presentará resultados el 19 de noviembre. Las expectativas son altísimas, y cualquier decepción, aunque no es habitual que se produzca, podría generar un impacto en cadena en todo el sector.
"La lección que deja esta temporada de resultados es clara: la inteligencia artificial ha pasado de ser una promesa incuestionable a un proyecto que debe rendir cuentas. Los inversores ya no se conforman con visiones de futuro; ahora exigen evidencias de rentabilidad. El entusiasmo sigue vivo, pero la paciencia basada en promesas futuras podría estar empezando a agotarse", advierte el analista Pablo Gil en The Trader.
Crecimiento sin empleo
Por otra parte, la economía estadounidense está mostrando un fenómeno inquietante: el PIB crece mientras la contratación se frena. Algunos lo llaman “crecimiento sin empleo”. ¿Es la inteligencia artificial la culpable? Todo apunta a que la IA está elevando la productividad en tareas concretas, pero su efecto neto sobre el empleo dependerá de cómo las empresas rediseñen el trabajo y de si los gobiernos acompañan con formación, reglas de competencia y políticas de adaptación real.
Según el Fondo Monetario Internacional, cerca del 40% de los empleos del planeta están altamente expuestos a la IA generativa. Pero exposición no equivale a despido, sino a transformación: cambio de tareas, reasignación de tiempo y nuevas combinaciones de habilidades. El riesgo surge cuando esa transición no se gestiona bien. Si los beneficios del capital tecnológico se concentran, la desigualdad aumenta y el dividendo de la IA no se traduce en empleo de calidad. En ese escenario, la tecnología amplifica brechas y deja atrás a quienes no reciben formación o tiempo para adaptarse.
Estamos, sin duda, ante una de las revoluciones tecnológicas más importantes de la historia de la humanidad. La inteligencia artificial no es una moda: es un cambio estructural que reconfigurará el sistema productivo y las reglas sociales con las que hemos convivido durante décadas. Nadie puede prever con certeza el futuro, pero todo indica que en una década el mercado laboral será irreconocible. Para quienes se adapten, aprendan y se reciclen, las oportunidades serán enormes. Pero para otros (por edad, falta de conocimientos o simplemente desinterés) esta ola puede convertirse en una sentencia de exclusión. Cada revolución ha tenido ganadores y perdedores; la diferencia es que esta avanza a una velocidad sin precedentes.
"Yo no tengo la respuesta, pero sí una convicción: debemos evitar los extremos. Ni el apocalipsis ni la promesa fácil. La evidencia sugiere un futuro de trabajo transformado, no eliminado, con claros avances de productividad y riesgos manejables… siempre que hagamos bien nuestra parte. El problema es que no confío en quienes deberían pilotar este cambio. Miro a la casta política que gobierna el mundo y veo con espanto que hace tiempo dejaron de hacerlo para los ciudadanos. Hoy solo buscan preservar un sistema del que se benefician. Pensar que serán capaces de anticiparse y preparar a la sociedad para esta disrupción es, siendo realistas, un acto de fe. Basta observar los debates a los que dedican su tiempo: irrelevantes frente al desafío histórico que enfrentamos. Pedirles que piensen en las próximas décadas es como pedirle a un niño que se preocupe por su vejez", apunta Pablo Gil.
"Algunos visionarios ya defienden como solución una renta mínima universal para quienes no trabajen. Es un debate legítimo, pero personalmente tengo mis dudas. El ser humano siempre se ha movido por metas, desafíos y logros. Trabajar (en el sentido amplio de crear, aportar o mejorar algo) forma parte de nuestra naturaleza. No creo que estemos preparados para vivir sin propósito, ni que una renta garantizada sustituya la satisfacción de sentirse útil. Porque sobrevivir no es lo mismo que vivir", reflexiona este experto.
La guerra del cómputo
En medio de este debate, algo enorme está ocurriendo en el mundo de la inteligencia artificial, pero fuera del foco mediático. No tiene que ver con los modelos ni con los algoritmos, sino con la infraestructura invisible que los alimenta. Durante años, las grandes tecnológicas compraban capacidad en la nube a gigantes como Amazon, Google o Microsoft. Pero ahora estamos entrando en una nueva fase: la economía de guerra del cómputo.
Microsoft y otras compañías ya no se limitan a contratar servidores: están creando y financiando un ejército de empresas (las llamadas NeoClouds) dedicadas exclusivamente a generar potencia de cálculo para la IA.
Son una nueva especie dentro del ecosistema tecnológico: proveedores privados de cómputo a gran escala, que funcionan casi como extensiones de los gigantes tecnológicos. No ofrecen servicios al público, sino que construyen centros de datos enteros solo para un cliente y mueven por detrás los hilos.
Montar un centro de datos de alta capacidad cuesta miles de millones, y las NeoClouds no tienen ese capital, así que utilizan un mecanismo clásico de apalancamiento:
El resultado es que crecen a toda velocidad, pero a base de deuda. Y mientras, los reguladores y las redes eléctricas intentan alcanzar el ritmo, estas empresas hipotecan el futuro para sostener el apetito de cómputo de la IA. Así que ojo, porque lo que se presenta como “innovación” empieza a parecerse a una política industrial privada, movida por deuda, chips y contratos exclusivos.
En cualquier caso, lo que queda claro es que la IA no es solo una revolución tecnológica; es una carrera por el territorio computacional respaldad por deuda, donde el poder se mide en GPU, capacidad eléctrica y acceso al crédito.
Evli: las valoraciones no están al nivel de burbuja
Las acciones tecnológicas se han convertido en el núcleo del mercado bursátil y, por tanto, las narrativas sobre su futuro son críticas para el rendimiento de todo el mercado. Las tecnológicas representan cerca del 60% de la capitalización bursátil estadounidense y más del 20% de los mercados emergentes. Las acciones europeas tienen la menor exposición. Una corrección brusca en las tecnológicas y, por tanto, en las Bolsas globales erosionaría la riqueza de los hogares y debilitaría el consumo, perjudicando el crecimiento económico.
La narrativa principal respecto a las tecnológicas es el auge de la inteligencia artificial, señala Valtteri Ahti, Chief Investment Strategist and Head of Investment Research de la gestora nórdica Evli. Hay temores generalizados de que la IA se haya convertido en una burbuja y existen síntomas inconfundibles de burbuja. Hay un gran bombo sobre semanas laborales de tres días a medida que los robots sustituyen a los humanos.
El meteórico ascenso de acciones ligadas a la IA sin ingresos recuerda mucho a la burbuja puntocom. Hay financiación de proveedores: Nvidia invertirá hasta 100.000 millones$ en OpenAI, parte de los cuales vuelven a Nvidia en compras de GPU.
Existen diferencias significativas entre la burbuja puntocom y el auge actual de la IA. Durante la burbuja puntocom, las tecnológicas construyeron vastas redes de fibra esperando una demanda que no llegó. Un año después del estallido, el 85% de la capacidad de fibra estaba sin usar. El auge de la IA es diferente, ya que la oferta de centros de datos no puede cubrir la demanda existente por la escasez de chips, energía y mano de obra cualificada.
Sin embargo, la verdadera prueba de una burbuja es la valoración, o más concretamente, las valoraciones infladas. Al fin y al cabo, una burbuja consiste en que los inversores están dispuestos a pagar una prima significativa sobre los fundamentales porque las perspectivas de futuro son excepcionalmente brillantes.
Como grupo, las principales tecnológicas actuales —Nvidia, Microsoft, Amazon, Google y Meta— cotizan a valoraciones significativamente más bajas que los líderes de la burbuja puntocom: Cisco, Nortel, IBM, Intel y Microsoft.
La razón principal es que los líderes tecnológicos actuales son mucho más rentables y tienen balances mucho más sólidos que los de la era puntocom. La característica clave de una burbuja son las valoraciones extremadamente altas, que aún no se observan en el mercado actual.
Otra característica clave de una burbuja es que muchos inversores participan en el mercado no porque crean en el futuro, sino porque esperan que otros sigan haciéndolo. La dinámica de burbuja y auge está intrínsecamente ligada a las expectativas y, por tanto, a las noticias sobre si la historia sigue intacta.
Esto implica que el auge se pone a prueba de vez en cuando, lo que significa volatilidad. Por tanto, las valoraciones no están en niveles de burbuja, pero pueden producirse correcciones a medida que se ponga a prueba la narrativa de la inteligencia artificial.
Por otra parte, Japón considera incluir 6.500 millones$ anuales de los Presupuestos ordinarios a inversiones en IA y semiconductores. La clave está en que, hasta la fecha, estos fondos se canalizaban a través de Presupuestos extraordinarios, por lo que no ofrecían la estabilidad que proporciona el regular. En el último ejercicio final, se destinaron aproximadamente 9.700 millones a este propósito y, desde 2021, la cantidad acumulada asciende a unos 37.140 millones.