Miguel Ángel Valero
"Es hora de devolver al pueblo el dinero que antes se quedaba en manos de otros países”. Donald Trump hace, a través de su red social Truth (verdad, en inglés), una propuesta tan llamativa como polémica: entregar un “dividendo arancelario” de 2.000$ a cada ciudadano de EEUU. La medida, anunciada precisamente cuando se celebra el primer aniversario de la vuelta de Trump a la Casa Blanca, se financiaría con los ingresos obtenidos por los aranceles que Estados Unidos cobra a las importaciones.
"La idea tiene un gancho político evidente. En un contexto de inflación persistente y desigualdad creciente, prometer dinero directo a los ciudadanos resulta electoralmente irresistible. Pero desde el punto de vista económico, la propuesta abre más preguntas que respuestas", advierte el analista Pablo Gil en The Trader. Según estimaciones independientes, pagar 2.000$ a la “mayoría” de los estadounidenses costaría hasta 500.000 millones$, una cifra muy superior a los 195.000 millones recaudados por aranceles en lo que va de 2025. El plan es fiscalmente inviable, salvo que se recurra a más deuda o se incrementen los aranceles hasta niveles que terminarían golpeando directamente al consumidor.
La mayor parte de los aranceles no los pagan los países exportadores, sino las empresas y consumidores del país que los impone. Cada producto importado encarece el coste de vida interno, de modo que el supuesto “dividendo” terminaría siendo una devolución parcial del sobrecoste que las familias ya pagan en supermercados, coches o electrodomésticos. Un círculo cerrado con apariencia de regalo.
"Si en este momento una parte de la preocupación reside en la falta de control de precios, no deja de ser una paradoja que se pretenda luchar contra la inflación dándole dinero a la gente para gastar, manteniendo un déficit del 6 % y con la Fed bajando los tipos. Porque un estímulo directo al consumo financiado con déficit y respaldado por una política monetaria laxa es la receta clásica para reavivar las presiones inflacionarias que precisamente se pretende combatir, algo que podría acabar convirtiéndose en un cóctel explosivo", argumenta este experto.
Más allá del debate económico, el movimiento tiene una lectura política más profunda. Trump intenta transformar los aranceles (tradicionalmente percibidos como un impuesto encubierto) en un instrumento de redistribución nacionalista: cobrar a los extranjeros para pagar a los americanos. En el fondo, es una reedición del viejo lema de “Make America Great Again”, pero traducido a una promesa de ingresos inmediatos. Si logra materializarlo, podría reforzar su imagen de presidente “del pueblo”, aunque a costa de agravar los desequilibrios fiscales y comerciales del país.
En última instancia, esta medida ilustra cómo la política económica estadounidense se ha convertido en una herramienta de campaña permanente. Las decisiones sobre comercio, deuda y política monetaria ya no responden solo a criterios técnicos, sino al cálculo de quién gana y quién pierde votos. "Y si algo enseña la historia es que los dividendos electorales suelen tener un coste elevado cuando se pagan con dinero público", subraya Pablo Gil.
"El anuncio de Trump no es solo una promesa populista; es un síntoma de una tendencia global: la de gobiernos que, incapaces de contener los precios o mejorar los salarios reales, optan por compensar el malestar social con transferencias directas. Un alivio temporal que puede terminar alimentando justo aquello que pretende aliviar" concluye.
Europa negocia un nuevo acuerdo
En medio de las promesas de Trump, la Unión Europea prepara un nuevo plan comercial para presentar a EEUU. El objetivo es reducir los aranceles para más productos, incluidos vinos y licores, y establecer un sistema de cuotas a las exportaciones de metales europeos que permita exportar una cantidad determinada sin aranceles, aplicando gravámenes solo a partir de ese límite. Además, el plan contempla la creación de un grupo de trabajo sobre seguridad económica para abordar temas como el control de inversiones, los controles de exportación, y el suministro de materias primas críticas. El 24 de noviembre el secretario de Comercio Howard Lutnick se unirá a la reunión de los ministros de comercio de la UE.
Balance del primer año de la segunda etapa de Trump en la Casa Blanca
Precisamente, el último House View de Banca March hace un análisis del primer aniversario de la vuelta a la Casa Blanca de Donald Trump: "Frente a vientos y mareas, la economía mundial ha resistido y seguirá a flote apoyada en un consumo resiliente y en una inversión creciente". "La aceleración de los proyectos de inversión, que está principalmente focalizada en los sectores estratégicos de Inteligencia Artificial y Defensa, es una tendencia que seguirá impulsando la actividad global en los próximos trimestres", subraya. E
Sin duda alguna estos últimos 12 meses han sido muy intensos y este segundo mandato como presidente de Estados Unidos ha estado marcado por el intervencionismo económico. De todas formas, más allá del elevado ruido y de las constantes idas y venidas arancelarias, los datos económicos muestran que, por el momento, las distorsiones introducidas por las mayores barreras comerciales y las políticas proteccionistas de Trump no han derivado en fuertes desequilibrios ni mucho menos en un freno brusco de la actividad.
La mejor prueba de ello es que, entrando ya en la parte final del año, el comercio mundial lejos de mostrar una caída incluso se ha acelerado. El volumen de transacciones de mercancías a nivel global crece de media un 4,7%, un ritmo superior al registrado en promedio durante el año pasado (+2,7%). Factor que está permitiendo además una cierta reactivación de la industria, que avanza a su mayor ritmo desde 2022. Aunque previsiblemente se verá una desaceleración del comercio en los próximos meses a medida que comience a normalizarse el efecto anticipación –las importaciones se aceleraron antes subida de los aranceles–, la mejora que se percibe en estos dos indicadores económicos tan relacionados con el ciclo –comercio e industria–, permite afirmar que la economía global mantiene su dinamismo.
La gira de Trump por Asia ha generado un auténtico florecimiento de nuevos acuerdos, que ratifican "nuestra tesis de que hay que mirar más allá del humo", insiste Joan Bonet, director de Estrategia de Mercados y Asesoramiento de Banca March. "Ésta es sin duda, la prueba de la importancia de no dejarnos arrastrar por las constantes declaraciones y amenazas del presidente norteamericano en torno a la guerra comercial”.
Una vez más, el esquema del envite entre China y EEUU ha seguido el patrón de amenazar, negociar y llegar finalmente a un acuerdo parcial que evite los peores escenarios. Ambas naciones, condenadas a entenderse, acuerdan dejar de “agredirse” en el futuro próximo. Así, en materia de aranceles, el resultado es el siguiente:
De este modo, el arancel ponderado promedio aplicado sobre China desciende del 57% al 47%, alcanzando niveles similares a los vigentes antes del Liberation Day.
A cambio, China ha reanudado las importaciones de soja estadounidenses (interrumpidas desde mayo) y se ha comprometido a aplazar durante un año las restricciones sobre las exportaciones de tierras raras hacia EEUU.
Por tanto, este acuerdo se trata de una “patada hacia adelante” más que de un entendimiento definitivo, dado el aplazamiento de la moratoria hasta el año que viene, el suministro garantizado de tierras raras por un año y la futura visita entre Trump y Xi Jinping en 2026.
En el tour en los que diversos países asiáticos han sido partícipes –Malasia, Tailandia, Vietnam, Indonesia y Camboya–, se han insinuado posibles exenciones arancelarias futuras, aunque aún sin especificar bienes concretos. Estos países comparten una característica común: sus exportaciones están altamente concentradas en tecnología. De hecho, en el conjunto formado por Tailandia, Vietnam y Malasia, los ordenadores y productos electrónicos representan el 47% del total exportado a EEUU. De manera que, aunque no se ha anunciado ninguna rebaja de aranceles, si se aplican exenciones sobre aquellos bienes que más exportan, entonces el impacto del gravamen anunciado sería mínimo, suponiendo otro juego de ilusionismo.
En paralelo, se desbloqueó el acuerdo comercial entre EEUU y Corea del Sur, estancado desde el verano. Como parte del pacto, los aranceles sobre las importaciones de automóviles surcoreanos se redujeron del 25% al 15%, igualando las condiciones de sus competidores japoneses. A su vez, Corea del Sur se comprometió a invertir 350.000 millones$ en territorio estadounidense.
En los últimos días, se han anunciado avances significativos en las negociaciones con Suiza e India. En el primer caso, las conversaciones encabezadas por los principales empresarios suizos podrían traducirse en una reducción de los gravámenes del 39% al 15%, si bien Trump aún no ha confirmado una tasa definitiva. En cuanto a India, el presidente estadounidense declaró que están “muy próximos a alcanzar un acuerdo beneficioso para todos”, aunque no se ha definir ninguna tasa alternativa al 50%.
Con todo, los acuerdos comerciales cubren un 67,5% de las importaciones totales de EEUU. En esta cifra se incluyen también dos de sus principales socios: China y México, aunque no cuentan con acuerdos definitivos, han establecido moratorias que permiten mantener la estabilidad. Una aproximación a la casilla de salida que, en el fondo, no representa unas condiciones más favorables que las heredadas.
Por otro lado, la recaudación de septiembre en las aduanas fue de unos 29.600 millones$, un aumento de apenas un 0,6% con respecto al mes anterior. En lo que va de año, el total asciende a 174.000 millones, un 4% del total de ingresos gubernamentales. En definitiva, cifras que muestran la importancia de discernir entre lo que Trump afirma y lo que realmente acaba impactando en la economía real: los aranceles recaudados en las aduanas apenas representan el 11% de las importaciones, frente a la tarifa promedio teórica del 22% anunciada por la Administración norteamericana.
Unas tasas que multiplican por cuatro las referencias efectivas de principios de año, pero que son la mitad de lo anunciado y que reflejan, entre otras cosas, la capacidad de adaptación de las empresas para evitar parte de los efectos negativos de la subida de impuestos aduaneros.
En el caso de un veredicto del Tribunal Supremo en contra de los aranceles, Trump dispondría de mecanismos alternativos para mantenerlos en vigor. El proceso judicial para determinar la legalidad de los aranceles establecidos bajo el IEEPA continúa su curso y se espera que el Tribunal Supremo emita su decisión antes de fin de año. Estos gravámenes sujetos a resolución son los denominados “aranceles recíprocos”, aplicados específicamente a países, de manera que los establecidos sobre los productos no se verían afectados. Hasta ahora, dos tribunales han declarado inválido este mecanismo, pero la decisión definitiva está en manos del Tribunal Supremo –compuesto por seis jueces de orientación conservadora y tres de tendencia liberal–. Aunque en principio Trump contaría con una mayoría favorable, las preguntas formuladas durante la audiencia revelaron el escepticismo de al menos dos de los jueces conservadores, abriendo la puerta a una posible suspensión de estas tarifas.
En cualquier caso, una sentencia en contra no implicaría el fin de los aranceles, ya que la Administración de Trump cuenta con otras vías legales para seguir aplicándolos. Sin embargo, sí ralentizaría su implementación, además de obligar al gobierno la devolución de los ingresos recaudados bajo este mecanismo a los contribuyentes.