Miguel Ángel Valero
Las recientes tensiones comerciales entre Estados Unidos y China comienzan a suavizarse. Scott Bessent, secretario del Tesoro y figura clave en las negociaciones comerciales tras los aranceles del Día de la Liberación decretado por Donald Trump, ha insinuado la posibilidad de extender la tregua arancelaria con China por más de tres meses, a cambio de que éste revierta las restricciones sobre la exportación de tierras raras.
El plan anunciado la semana pasada establece que cualquier empresa internacional necesitará autorización explícita de la Administración china para exportar productos que contengan tierras raras —EEUU importa el 80% de su consumo de estos materiales, siendo China su principal proveedor—.
Bessent también ha señalado que la respuesta a estas restricciones sería coordinada a nivel internacional, dado su impacto potencial en las cadenas de suministro globales.
Por su parte, China presiona para que se flexibilicen las limitaciones sobre los semiconductores, con vistas a la próxima Cumbre de Cooperación Asia-Pacífico en Corea del Sur, donde podrían reunirse Trump y Xi Jinping por primera vez en más de seis años.
Las negociaciones generan volatilidad en los mercados. Trump insiste en que “estamos en una guerra comercial”. Sin embargo, a estas alturas, el patrón parece claro: confrontación, negociación y eventual acuerdo. Tras la cortina de humo de la semana pasada, las conversaciones podrían avanzar en la reunión prevista para finales de mes. Porque la actual tregua arancelaria con China expira el 11 de noviembre.
Mientras, continúa la presión vendedora sobre el dólar en medio del nuevo tira y afloja entre China y EEUU y del estancamiento en las negociaciones entre republicanos y demócratas que no deja atisbar un acuerdo en el corto plazo. Después de registrar un +0,3% el 15 de octubre el cruce euro-dólar ya está en 1,166.
También continúa el ánimo comprador en el oro, aupado por las tensiones entre China y EEUU. Ya lleva seis jornadas de alzas (+1,6% el 15 de octubre, +0,5% al día siguiente) hasta colocarse en 4.226$/onza.
The Trader: desmantelamiento de la globalización
La amenaza de Donald Trump de imponer aranceles del 100% a las importaciones chinas no es una maniobra retórica, sino una respuesta directa a la decisión de Pekín de imponer controles severos a la exportación de tierras raras, exigiendo permisos especiales para su envío al extranjero. Estos materiales estratégicos son el corazón de la tecnología moderna, y China no solo controla más del 60% de la producción mundial, sino algo aún más relevante, casi el 95% del proceso de refinado. Posee el monopolio de 17 minerales esenciales para fabricar microchips, baterías, motores eléctricos, paneles solares, turbinas eólicas, misiles, satélites y teléfonos móviles, entre muchos otros productos tecnológicos.
La respuesta de Trump al movimiento de China no se ha hecho esperar, y tras calificar la decisión de Pekín como un acto de “guerra económica” y una amenaza directa a las cadenas globales de suministro tecnológico y militar, se baraja incrementar los aranceles en un 100% a todos los productos chinos, así como nuevas restricciones a la exportación de software estratégico estadounidense, especialmente aquel vinculado a la inteligencia artificial y la automatización industrial.
Este encontronazo entre las dos potencias mundiales es recurrente desde hace años, pero esta vez China llega al pulso en una posición más sólida que en anteriores enfrentamientos comerciales. Sus exportaciones crecieron un 8,3% interanual en septiembre, su mayor aumento en seis meses, alcanzando 328.600 millones$, pese al desplome del 27% de los envíos a EEUU. El secreto de su resiliencia ha sido la diversificación geográfica: las ventas al resto del mundo se dispararon un 14,8%, impulsadas por la fuerte demanda de la Unión Europea, el Sudeste Asiático, América Latina y África. Este viraje le ha permitido a Pekín compensar con creces la pérdida de su mercado estadounidense y reducir la dependencia de un socio cada vez más hostil.
A la vez, las importaciones crecieron un 7,4%, señal de que la economía china mantiene un flujo comercial saludable incluso en un contexto de tensiones. Y lo más relevante: su superávit comercial total subió hasta 90.500 millones$, mientras que el superávit con EEUU se mantuvo estable en torno a los 23.000 millones, a pesar de las restricciones y amenazas cruzadas.
En definitiva, China no se ha debilitado con el pulso comercial: se ha adaptado. Su maquinaria exportadora sigue funcionando con normalidad y su diversificación de mercados le ha permitido sortear las sanciones sin perder impulso.
Pero el pulso no se libra solo en el terreno tecnológico. Pekín ha abierto un nuevo frente en la guerra comercial al sancionar a cinco filiales estadounidenses del gigante surcoreano Hanwha Ocean, en respuesta a la investigación impulsada por Washington sobre el dominio marítimo chino. Este movimiento, que afecta directamente al transporte global (responsable de más del 80% del comercio mundial), refleja hasta qué punto la disputa ha trascendido los microchips y las tierras raras para adentrarse en el control de las rutas marítimas y la infraestructura logística.
China, que se ha convertido en el mayor constructor naval del planeta, percibe la reactivación de la industria estadounidense con apoyo surcoreano como un desafío estratégico. Y al responder con sanciones, envía un mensaje inequívoco: está dispuesta a defender su posición incluso en los sectores donde Occidente apenas comienza a reconstruir su competitividad.
Y es precisamente esa resistencia la que cambia el sentido de esta confrontación. Pekín llega a la mesa de negociación más fuerte de lo que muchos esperaban, y Trump, consciente de ello, ha optado por redoblar la presión. Pero este nuevo equilibrio de fuerzas podría alterar profundamente la trayectoria de la economía global, incluso si las medidas no llegan a aplicarse por completo. El mero anuncio ya ha modificado el comportamiento de empresas, inversores y gobiernos, que interpretan la situación como la confirmación de que EEUU y China han pasado de gestionar su rivalidad a prepararse para una lucha por la hegemonía mundial. Si las medidas se implementan, el impacto podría ser comparable al de la Ley Smoot-Hawley de 1930, que agravó la Gran Depresión al desencadenar represalias, hundir el comercio mundial y provocar una espiral deflacionaria.
"Hablo de deflación y no de inflación, y no es un error. Es cierto que, a corto plazo, los nuevos aranceles podrían generar presiones inflacionistas por el encarecimiento de las importaciones y la disrupción de las cadenas de suministro, pero a medio plazo el verdadero riesgo sería deflacionario, debido a un menor comercio, caída de la inversión, contracción de beneficios y endurecimiento del crédito. Y ese efecto podría amplificarse si China responde con la devaluación del yuan exportando deflación al resto del mundo", avisa el analista Pablo Gil en The Trader.
En el fondo, estamos asistiendo al desmantelamiento de la globalización que durante décadas mantuvo bajos los precios y conectó las economías. EEUU y China han pasado de la interdependencia a una hostilidad creciente, y el mundo no parece entender el riesgo de este potencial “cambio climático financiero”: un comercio que se enfría, una confianza que se erosiona y un crecimiento global que da muestras de agotamiento. El control de las tierras raras y la amenaza de los aranceles no son simples disputas comerciales: son síntomas del final de una era. Durante décadas, el libre comercio abarató los bienes, impulsó el crecimiento y fomentó la cooperación. Ahora, las dos mayores potencias del planeta se preparan para un nuevo orden basado en la desconfianza y el desacople, donde cada país busca blindar su economía, aunque sea a costa del equilibrio global.
"Pero conviene no confundir la tendencia de fondo con el teatro de corto plazo que interpretan sus protagonistas y al que reaccionan los mercados. Trump ha impuesto un nuevo estilo de negociación en la escena internacional: una política coercitiva, construida sobre amenazas constantes y breves pausas de aparente distensión. Ese juego de retórica agresiva y pragmatismo calculado nos lleva una y otra vez al borde del abismo, en una estrategia donde la tensión forma parte del guion. La fecha límite, el 1 de noviembre, es solo el clímax del primer acto. Y como en toda saga de éxito (y esta lo es), nadie debería descartar que la segunda temporada llegue cargada de aún más drama, incertidumbre y giros inesperados", concluye Pablo Gil.
EEUU se asoma a la recesión
En medio de las tensiones con China y del cierre de la Administración, el Libro Beige de la Reserva Federal revela que la actividad económica en EEUU se mantuvo prácticamente sin cambios en las últimas semanas, aunque comienzan a surgir signos de debilitamiento. La actividad económica cambió poco en términos generales desde el informe anterior, con tres distritos reportando un crecimiento leve o moderado, cinco sin cambios, y cuatro señalando una ligera desaceleración. En varios distritos, las empresas han reducido sus plantillas mediante despidos, citando una menor demanda, incertidumbre económica y mayor inversión en tecnologías de inteligencia artificial. Mientras tanto, sectores como la hostelería, la agricultura y la construcción enfrentan escasez de mano de obra, atribuida en parte a cambios en las políticas migratorias.
Por otro lado, el consumo privado “descendió levemente”, especialmente en bienes minoristas, con los hogares de ingresos medios y bajos mostrando mayor sensibilidad a la inflación. Mejora la confianza de los empresarios de las manufacturas en Nueva York. Uno de los primeros indicadores adelantados regionales dio una sorpresa positiva, con el índice Empire repuntando más de lo esperado al elevarse hasta +10,7 desde el -8,7 anterior y muy por encima del -1,8 previsto. Un dato que apuntaría a una cierta reactivación del sector en los próximos meses.
Por su parte, el analista Pablo Gil llama la atención en The Trader sobre los nuevos indicadores que los economistas están vigilando para detectar si Estados Unidos se acerca a una recesión. Más allá de los datos tradicionales (como PIB, desempleo o inflación), hay pequeñas pistas en el consumo y la producción que comienzan a enviar señales de alerta. Entre los más llamativos están:
Aunque el país no está aún en recesión, el mensaje de fondo es claro: la economía está entrando en una fase de fatiga. El consumo se vuelve más defensivo y la inversión pierde ritmo."La recesión no se ve en los datos del pasado, sino en los comportamientos del presente, y algunas señales más allá de los grandes titulares macro anticipan cambios de ciclo".